El 25 de febrero de 1778 en Yapeyú nacía el libertador. Su
infancia en la Argentina, el enorme esfuerzo de sus padres por progresar, las
dificultades económicas, y el viaje a Cadiz. El amor y la leyenda de Rosa
Guarú, la esclava que lo crió y pidió ser enterrada con un relicario con la
imagen de ese niño al que no había vuelto a ver
El año 1778 no
terminaría bien para Juan de San Martín, teniente de gobernador de
Yapeyú, un importante centro agropecuario, productor y distribuidor de algodón
y tabaco del litoral que los jesuitas habían montado como parte de un vastísimo
complejo que sería conocido como las misiones jesuíticas.
Cerca de fin de ese
año, hubo un incidente en el trabajo, se perdieron muchas cabezas de ganado, y
siete indígenas murieron. El Teniente de Gobernador Juan de San Martín, un hombre bajo y robusto,
responsabilizó a un jefe indígena y lo castigó con el cepo. Los
naturales, lejos de quedarse con los brazos cruzados, organizaron una
rebelión para defender a su cacique que duró varios días.
San Martín estaba
haciendo una excelente tarea, aumentando la productividad, creando estancias
comunitarias y hasta había organizado un cuerpo armado de 550 hombres, que
mantenía a raya a las temibles invasiones de bandeirantes brasileños y a los
charrúas.
Había nacido en
Cervatos de la Cueza, en Palencia, el 12 de febrero de 1728. De joven se había
enrolado en el ejército, con el que peleó tanto en España como en Africa. En la
búsqueda de ascensos y un mejoramiento de sus finanzas, y en la
creencia que en las colonias tendría oportunidades de progresar, en 1764 fue
enviado al Río de la Plata.
Luego de haber estado
un tiempo en Colonia del Sacramento, fue destinado a la estancia y calera de
Las Vacas, uno de los tantos establecimientos que los jesuitas tuvieron que
dejar luego de su expulsión en 1767.
San Martín se
encontró con un extraordinario complejo en pleno funcionamiento: hornos de cal
y ladrillos, campos interminables y miles de cabezas de ganado. Se preocupó por
hacer una prolija administración y así aumentó la producción, lo que le valió
el ascenso a ayudante mayor.
Aún era soltero. En
Palencia había conocido a Gregoria Matorras, que había nacido en
Paredes de Nava el 22 de marzo de 1738, y que ya había pasado los 30 años. Les
dio un poder a los capitanes Juan Francisco Sumalo y Juan Vázquez y al teniente
Nicolás García Hermete, para que la desposasen en su nombre, cosa
que ocurrió el 1 de octubre de 1770. Y en un viaje que el primo hermano de la
mujer, Gerónimo Matorras hizo a Tucumán, para asumir como gobernador y capitán
general, la trajo con él y así comenzaron una vida juntos.
Gregoria Matorras, la mamá de José Francisco.
Enseguida vendrían
los hijos. Primero, María Elena, nacida el 18 de agosto de
1771, Manuel Tadeo, el 28 de octubre de 1772 y Juan Fermín,
que vio la luz el 5 de febrero de 1774.
Fueron infructuosos
sus pedidos para lograr un ascenso en el ejército, ya que su sueldo de capitán
no alcanzaba a cubrir los gastos. Sin embargo, le fueron reconocidas sus dotes
de administrador y lo pusieron al frente de un punto jesuítico estratégico de
mucha importancia, la de Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú.
La cuna del
libertador
“Fruto maduro”, es lo que significa, en lengua
guaraní, Yapeyú. Fue fundada el 4 de febrero de 1627 por los jesuitas, dándole
el nombre de Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de Yapeyú o Nuestra
Señora de los Tres Reyes de Yapeyú.
San Martín se
encontró con un poblado venido a menos, ya que la ausencia de los jesuitas se
hacía sentir. Las comunidades indígenas habían comenzado a desperdigarse,
afectando el próspero funcionamiento de esta reducción.
El 13 de diciembre de
1774 el virrey Vértiz anunció a Yapeyú el nombramiento de Juan de San Martín
como Teniente de Gobernador. En su nuevo lugar de trabajo, nacerían sus otros
dos hijos: Justo Rufino, en 1776 y José Francisco, un
25 de febrero de 1778.
José Francisco
El bebé José
Francisco o Francisco José -el certificado original de su bautismo se perdió en
un incendio- fue bautizado por Francisco de la Pera, fraile
dominico y cura de Yapeyú. Habría sido bautizado como Francisco José aunque la
inversión de los nombres fue producto de la costumbre de la familia que lo
llamó de esta manera.
Rosa Guarú, que la historia también la menciona
como Juana Cristaldo, tal vez porque se usaba ponerles nombres
“cristianos” a los esclavos y sirvientes, crió a José. Fue la
que le enseñó a caminar y con el que jugaba a la sombra de la higuera
que estaba en el centro del pueblo, esa higuera a la que Rosa seguramente le
habrá dicho al niño que los guaraníes la llamaban “ibapoy”, esa higuera que en
1986 se desplomó y el estruendo que provocó su caída hizo que la gente saliera
de sus casas y los chicos de la escuela. Era la plaza que en su centro tenía
una imagen de la Virgen María, tallada en piedra por los guaraníes.
Rosa Guarú, llevando de la mano al niño José. Cuadro que se conserva en
un museo en Corrientes.
Mientras estuvo al
frente de Yapeyú, San Martín creó cuatro establecimientos con familias del
lugar. Uno fue La Merced, que daría origen a la ciudad de Monte Caseros; San
Gregorio, luego Mandisoví, y finalmente Federación, en Entre Ríos; Jesús de
Yeruá en el sur de Concordia y por último Paysandú.
Convirtió al lugar en
un próspero centro productor de yerba mate, algodón, tabaco, grasas y cueros
que por río enviaba a Buenos Aires.
Retoño de la higuera donde jugaba el niño José Francisco con Rosa Guarú.
Luego del incidente
de fines de 1778, el fiscal pidió que fuera apartado, pero Vértiz terminó
archivando el caso debido a que San Martín había hecho un buen trabajo. Recién
sería reemplazado el 14 de febrero de 1781, cuando debió hacer las valijas.
Sus último servicio
fue el de apresar a dos contrabandistas y se dio el lujo de capturar una banda
con una partida de 10 hombres prácticamente desarmados.
Lo más desgarrador
fue la separación del niño José Francisco de su nodriza, Rosa Guarú que una
versión asegura que era su verdadera madre, producto de una relación pasajera con Diego
de Alvear, un funcionario español que inspeccionaba las antiguas
reducciones jesuíticas y que se había alojado en la casa de San Martín. Y
que Alvear encomendó a los San Martín la crianza y educación del niño.
Los San Martín le
prometieron a Rosa que la mandarían a buscar, pero la realidad fue que la mujer
se quedó toda su vida esperando un reencuentro que nunca llegó.
En Buenos Aires
San Martín compró dos
casas en Buenos Aires. Una, sobre la calle Piedras, entre avenida Belgrano y
Moreno, llamada “casa chica” y otra en Venezuela, entre
Bernardo de Irigoyen y Tacuarí, “casa grande”, donde la familia se
instaló.
Cuando llegaron, Juan
enfermó gravemente. Tan serio fue que acordó con su esposa Gregoria hacer
testamento. Sin embargo, se curó.
El niño José, junto a
sus hermanos, comenzó a ir a la escuela, y aparentemente era un chico
tranquilo, tal como lo afirmó su madre: “El que menos costo me ha tenido ha
sido de José Francisco”.
José de San Martín
El jefe de
familia recibió la orden de regresar a España, junto con un
contingente de militares que no tenían destino en el nuevo continente. Con su
familia se embarcó en la fragata de guerra Santa Balbina y luego de 108
días de viaje, anclaron en Cádiz el 23 de marzo de 1784.
Curiosidades del
destino: el año que los San Martín arribaron a España nacería el que sería rey
Fernando VII, al que José Francisco combatiría en Argentina, Chile y Perú.
El capital familiar
de los San Martín era de 1500 pesos. Luego de un tiempo en Madrid, se establecieron en Málaga, en una casa
de la calle de Pozos Dulces que le alquilaban al coronel retirado Isidoro
Ibáñez por 2 reales al día. Las estrecheces económicas lo obligaron a
mal vender las dos viviendas de Buenos Aires.
“El indiano”
José comenzó a
asistir, mañana y tarde, a la Escuela de las Temporalidades, en Málaga, a tres
cuadras de donde vivían. Los padres pagaban 4 reales diarios.
Para sus compañeros,
era el “indiano”, debido a su procedencia y su tez oscura. Si bien no sobresalió en sus estudios,
demostró una especial habilidad por el dibujo y la música. “Podía
haberme ganado la vida pintando paisajes de abanicos”, escribiría muchos años
más tarde. Cuando se integró a los círculos sociales en 1812, sobresalía
al tocar la guitarra y al bailar.
Su infancia quedaría
atrás para siempre el 1 de julio de 1789 a sus 11 años cuando pidió
entrar como voluntario en el Regimiento de Murcia. Su uniforme blanco,
con el cuello y botamangas azules y el sombrero negro de tres picos marcaría su
inicio en el duro oficio de guerrear y conducir.
Luego de 39 años de
servicio, su padre pasó a retiro como teniente coronel. Falleció el 5 de
diciembre de 1796 y dos años más tarde su viuda pudo cobrar una pensión de 175
pesos.
Gregoria Matorras
murió el 29 de marzo de 1813, mientras que Rosa Guarú lo hizo centenaria,
tanto que se enteró que José había fallecido por un militar que volvía de
pelear en la guerra del Paraguay. Ahí también supo del exilio y de
cómo el país le había dado la espalda. Pidió ser enterrada con un
relicario que llevaba la imagen de ese niño que había criado y al que no había
vuelto a ver.
Templete que guarda las ruinas de la casa natal de San Martín, en
Yapeyú.
Con sus hermanos, San
Martín se mantuvo en contacto. A Manuel lo había invitado a integrar las filas
de su ejército libertador, con Justo Rufino solían verse en los años de exilio,
mientras que con su hermana se escribían. Juan Fermín había fallecido en Manila
en 1822.
Los restos de la casa
de los San Martín en Yapeyú, hecha con ladrillos de argamasa, fabricados en las
misiones jesuíticas, son una especial reliquia que guardan las cenizas de sus
padres, todo cuidado como si aún el Libertador viviera allí, esperando que su
nodriza Rosa lo llevara a jugar a la sombra de la higuera que un día dijo
basta.
Fuente: infobae.com