Vanesa Cappelletti, la protagonista de esta historia junto a su
esposo Loris Giazzon y sus hijos Camila y Santino, dialogó con POSTALES DE
PROVINCIA para contar esta particular historia, que comenzó allá por el
año 2007. “Nosotros en ese tiempo trabajábamos de artesanos, entonces
siempre andábamos recorriendo las provincias, los pueblitos, y siempre íbamos
hasta Carmen de Areco donde había una feria en los días sábados.
Entonces Loris, un día que viajó solo pasa por ahí y ve una esquina, ahí a la
vera de la ruta. Era una casa antigua, como abandonada pero atractiva a su
vista. Tenía un cartel de venta, así que a la vuelta paró y habló con la
familia que vivía ahí. Le gustó, entonces dijo bueno voy a ir a buscar a mi
señora y si le gusta, veo cómo voy a encarar esto, porque en esos momentos,
económicamente era como que no podíamos mucho. Cuando yo llegué ahí, me gustó
porque yo era de campo, yo soy de la Pampa, de Santa Rosa. Entonces, me imaginé
a mis hijitos chicos ahí, porque Camila tenía cinco años y Santi tenía meses.
Hablamos con la gente, le preguntamos cómo podíamos arreglar y nos dieron a
pagar en cuotas. Compramos eso y nos pusimos a reformarlo un poco, a mí me
encanta cocinar y así nos aventuramos a poner un restaurante, allí, a la vera
de la Ruta 7, a unos diez kilómetros de San Andres de Giles.”
Así comenzó esta historia, con un parador al costado de la
ruta, rodeado de campo. Solo había una escuelita cerca y una pequeña
construcción de material, todo dentro de un predio de unas 8 hectáreas. Como
seguían trabajando con artesanías criollas, fabricando cuchillos y otras cosas,
comenzaron a pensar que con tanto terreno abandonado alrededor, al restaurante
se le podría agregar algo más. “Empezamos a averiguar de quién era ese lugar y
si le daban uso, nos contaron quiénes eran los dueños y allá fuimos hasta San
Martín. Ellos primeros no estaban interesados en vender el lugar, pero un día
nos llaman y nos dicen que sí, que nos van a vender. Fuimos nuevamente y
preguntamos también cómo le podíamos pagar. Así que otra vez en cuotas
comenzamos a pagar. Bueno, el tema fue que, en la última cuota, uno de los
dueños abre un plano y ese plano estaba como todo subdividido. Le
preguntamos qué era eso, entonces dice bueno miren en realidad esto no es un
terreno de ocho hectáreas, esto es un pueblo. Imagínense la sorpresa, pues
decíamos cómo un pueblo, o sea, ¿cómo se come esto? En el plano estaban
marcados todos los lotes, las calles, hasta la plaza, pero nunca se había hecho
nada.”
Allí comenzó a develarse el misterio. El abuelo de quien les
vendió el predio había sido Alberto Espíl, quien se había ocupado de
subdividir los terrenos, había levantado una escuela rural y también había
donado el espacio para que se hiciera un oratorio; aunque el proyecto
urbanístico quedó trunco y nunca se fundó como pueblo. Villa San Alberto nació
en 1942 pero durante décadas no se hizo absolutamente nada. “Nos preguntamos
¿Cómo se refunda un pueblo? Nadie sabía absolutamente nada. Fuimos a
hablar con el intendente de San Andrés de Gilles y le dijimos si nos ayudaría a
llevar a cabo nuestro sueño, porque en realidad se había convertido en un
sueño. Empezamos a aventurarnos en todo ese tema, a averiguar, a preguntar. Logramos
que el intendente abra las calles pero había otro problema: ahí no había luz. Los
terrenos tenían cada uno su escritura o sea, ya estaba todo hecho, solo que no
se pobló nunca, así que había que buscar vecinos.”
Increíblemente, desde 1942 los dueños de esos 99 lotes no
habían querido vender, y tampoco hubo muchos interesados. Tal vez fue el
destino que estaba esperando que Loris y Vanesa llegaran a ese rincón del campo
a reiniciar ese sueño. Y así comenzaron a entusiasmar a otras
personas. “Empezó medio como un boca en boca ahí en Giles y después llegó a a
oídos de una inmobiliaria, que se interesó y vino a vernos. El tema era que
tuvimos que averiguar si podíamos vender sin luz eléctrica y obviamente sí
porque teníamos las escrituras. Apareció una familia de Buenos Aires, pero que
su papá era oriundo de Giles. Ellos fueron nuestros primeros vecinos
aventureros, la familia Sechi, gente que estaba buscando la tranquilidad, el mismo
sueño de nosotros, de poder ver a nuestros hijos crecer libres sin ponerle
horarios ni poner rejas. Lamentablemente hoy ya no tengo más a la señora, pero
tenemos una calle en honor a ella que se llama La Esperanza.”
La llegada del Covid 19 a nuestro país hizo que mucha gente
decidiera escapar de las grandes ciudades en busca de una vida más tranquila. “
Cuando comenzó la pandemia aquí vivía una sola familia. En el transcurso de la
pandemia, comenzó a radicarse gente en San Alberto. Hoy hay siete familias
viviendo todo el año y después hay otras veintialgo que vienen los fines de
semana. La mayoría es como que lo tiene como un lugar de descanso, de
recreo, de naturaleza.” Entre tantos audaces, un día aparecieron Natalia y
Pablo, que para comprar un lote pusieron una condición: querían tener una
pileta. “Ellos aparecieron en noviembre a comprar. Y le dijeron a Loris que si
para el 24 de diciembre podían tener una piscina construida, hacían negocio.
Así que tuvimos que buscar a la gente que la construyera, albañiles, estar
presentes en la obra, y finalmente estuvo terminada para esa fecha. Así que el
primer verano se instalaron junto a la pileta con una casita rodante.”
Poco a poco el pequeño pueblo comenzó a tomar forma y a
organizarse. Además de la apertura de las calles se consiguió que llegara
la tan ansiada energía eléctrica. Hoy tienen conformada una asociación de
vecinos donde se tratan los temas en común y se toman las decisiones. Por
ejemplo, se pusieron de acuerdo para ponerle nombre a las calles. “Hicimos un
asado entre todos los vecinos en mi casa en la esquina donde es la pulpería.
Nos juntamos y empezamos a decidir cómo le queríamos poner. Y decidimos ponerle
el nombre de lo que nos significa a nosotros San Alberto, o lo que significó
hacer tu casita o lo que significó irte a vivir ahí o emprender una nueva vida
en ese lugar. Así que tenemos la calle La Esperanza, La Perseverancia, La
Porfiada, la Soñada o La Confianza. Después tenemos la plaza, que se
llama Soldado Maciel, porque es uno de los ex combatientes que nació, se
crió ahí y estudió en esa escuelita del lugar, la primaria Nº23. Había
también en el terreno una pequeña construcción, que había sido la primera aula
de la escuela y luego se intentó hacer un oratorio. Nosotros la reformamos
toda y le dimos como una formita de capilla. Hace unos dos años más o menos un
grupo de vándalos la destruyó así que estamos en tratativas para hacer todo de
nuevo.”
Lamentablemente, en 2019 falleció Loris, pero dejó en Vanesa
y sus hijos ese espíritu aventurero y emprendedor para seguir adelante. “Yo
siempre digo que gracias a Dios él cumplió su sueño, lo llegó a ver, por lo que
más luchamos fue por conseguir la luz y que lo reconocieran en Giles mismo como
pueblo, hacer la primera fiesta patronal, el primer izamiento de la bandera en
el mástil. Eso lo hicimos nosotros. En cada planta en la plaza está él,
nosotros y las familias que hoy viven aquí. Por todos lados él está siempre
presente, en donde mires, porque aparte siempre hacía de todo, cuando no estaba
en la plaza estaba cambiando un foco, cuando no estaba acomodando las calles
porque él tenía su máquina. Así que si estaba algo mal, lo arreglaba él. Vino a
cumplir una función. Todo fue con mucho esfuerzo, pero por ese lado estoy muy
feliz porque él pudo ver a su San Alberto iluminado.”
Hoy el restaurante que ellos abrieron está alquilado y se ha
convertido en un lugar de encuentro. Son muchos los que se acercan por la Ruta
7 hasta el kilómetro 114, a una hora de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a
disfrutar del lugar, se hacen encuentros de motociclistas, autos antiguos, hay
shows. Y seguramente muchos de esos visitantes pensaran que tal vez Villa San
Alberto sea el lugar para encontrar la felicidad. Como lo define Vanesa en
pocas palabras: “San Alberto es naturaleza y paz, que es lo que hoy
buscamos la mayoría de las personas que viven en las grandes urbes.”
Fuente: https://www.infobrisas.com/